Más de un año. Sí, hace más de doce meses que no sentía la calma que hoy por fin siento.Recuerdo como tiempo atrás todo se volvía difícil, angustiante. Días que me parecían eternos y semanas que tomaban su tiempo en irse. Un año de pérdidas, dolor, desgano. Ese que quería que acabara pronto, pero como un capricho de la vida, se demoraba en pasar. Caminaba con un peso sobre mis hombros y con dudas que en vano intentaba responder. Me desilucioné de varios a los que creí amigos y había dejado que el hombre al que más había amado, se fuera de mi lado. Por estúpida, por decir tanto sin pensar en las consecuencias. En poco tiempo había perdido demasiado.

Sin embargo, el punto crucial y de partida fue el terremoto. Sí, suena ilógico, pero esa madrugada del 27 de febrero marcó un antes y después. En medio de los gritos, del miedo y la desesperación que sentía al estar completamente sola mientras todo se movía, vinieron a mi cabeza las personas más importantes. Mi madre, la primera, a quién fui a buscar corriendo a nuestro departamento. Aún siento ese abrazo. La apreté tan fuerte, que casi la desarmo. En pocos minutos pude abrazar al resto de mi familia y por otros, supe que algunos de mis amigos se encontraban bien. Pero alguien me tenía intranquila, nerviosa. Sí, era él. El hombre que había perdido hace algunos meses. El amor que se me había escapado de las manos. Esa noche entendí lo que realmente significa un 'te amo'; cuánto pesan los años de relación incondicional. Y parece que él también lo entendió, porque en medio de mi angustia, de la gente que desesperada corría de un lado a otro, apareció. Sí, como una película. Lo divisé en medio del tumulto afligido y corrí sin pensar en nada más. Lo abrazé y le dije todo lo que tenía guardado desde hace tantos meses. No dejaba de mirarlo y con sopresa escuchaba cómo, en un esfuerzo inmenso, había cruzado toda la ciudad para verme, pidiéndole a desconocidos que lo llevaran es sus autos hasta mi casa.
Allí estaba, una de las personas qué más amo y he amado. Con quien aprendí que en pareja los errores son mutuos y las culpas también. Que el tiempo puede ser una carga, pero un aliado para quienes realmente están predestinados. El hombre con quién, sin pensarlo, decidí pasar parte de mi Año nuevo. El que muchas veces me llamó, pero se quedaba callado al otro lado de la línea; al que me lo topé, como una jugarreta del destino, aquella noche en el Liguria. A quien esperé, convencida de que algo como lo nuestro no se acababa tan fácil.
Hoy me río y decifro cada cosa que nos pasó mientras estábamos separados. Esos encuentros, esas llamadas en las que sólo buscábamos escuchar la voz del otro. Todo, todo me hace sentido. Me siento feliz, calmada, intentando poco a poco canalizar aquello que me hizo mal y perdonando a quienes me fallaron en el camino. Todo vuelve a su lugar. Anoche -quizás por eso me decidí a escribir- mi mamá vino hasta mi pieza y sonriendo me dijo: "Viste ¿Recuerdas lo que te dije un año atrás? Sonríe negra, que Dios tarda pero responde". Y sí, vaya que respondió. Estoy dichosa, con motivos de sobra para sonreír y sin esa carga que sentía en mi cuerpo hace algún tiempo. Conservo a mis verdaderos amigos, a mi familia y a la tuya, que nunca dejó de preocuparse por mí, incluso, cuando estábamos separados. Y te conservo a tí, a quién no necesito decirle más por estas vías. Lo sabes todo. Eres mi apoyo, mi respaldo, mi ilusión, mi amor. Nunca dejaste de serlo; nunca dejamos de serlo el uno para el otro.