miércoles, 4 de noviembre de 2009

Nostalgia árabe en Patronato

Parado en calle Santa Filomena, del barrio Patronato, planea qué hacer y con quién compartir el resto de la tarde. Ya es mediodía y moviendo incesantemente el Mesbaj de 33 piedras que lleva entre sus manos, busca entre la gente a algún conocido que lo quiera acompañar. Tiene tiempo de sobra y nada importante por hacer. El trabajo se acabó y ya no hay nada que vender. El éxito se esfumó con el tiempo y ahora, sólo debe pensar en como vivir el resto de sus días.
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Árabes y descendientes, se pueden encontrar por todo Patronato. Sus inconfundibles rasgos y escandalosos gritos, los hacen únicos dentro de un barrio que día a día aumenta su matiz cultural. Fueron pioneros del comercio en el barrio a fines de los años 50, cuando los chilenos ni siquiera asomaban las narices por esos lados. Nicolás Jadue, es uno de ellos. Palestino que vivió años de gloria y éxito en el sector, pero que hoy ve con nostalgia como todo aquello ya es parte del pasado.

En Patronato coexiste un matiz cultural sorprendente. Coreanos, árabes y chilenos conviven y compiten en un barrio que a diario aumenta en su popularidad. Pero de las colonias extranjeras, las más grande es la Palestina. Con más de 400 mil integrantes, constituye una comunidad de fuerte influencia en nuestro país, especialmente en ámbitos como la cultura y negocios. Pero la migración masiva y a gran escala se concretó tras la Segunda Guerra Mundial y la partición de Palestina en 1948. Muchos, alentados por el éxito de sus conocidos y parientes, decidieron establecerse en la zona de patronato en búsqueda del éxito y estabilidad. Éxito que llego definitivamente en los años 50, cuándo las primeras familias (Yarur, Abuwad, etcétera) comenzaron a ver el fruto de sus ventas.

“¡Somos pocos ya los que quedamos acá!”, dice mientras mira y mira, sin encontrar con quien compartir un agradable café negro. Melancólico y dejando de mover, por un rato, el Mesbaj de 33 piedras que representan la edad de Jesús, decide ingresar a la Iglesia Ortodoxa de San Jorge, en calle Santa Filomena. Entre gritos y efusivos abrazos lo sale a recibir Fahin Squesieh, encargado del templo, quien con un acento árabe aún muy marcado, le convida pan sagrado que sobró de la misa del domingo. Al ingresar, se sienta en uno de los sillones de la oficina principal y de inmediato, comienza a recordar aquellos años en que Patronato era propiedad de amigos y familiares. Aquel tiempo en que todo sabía y olía a árabe.

Llegó desde Palestina junto a sus padres en 1954, siendo una de las familias pioneras en el negocio árabe de Patronato. Menor de ocho hermanos, comenzó a vivir sus primeros años en Chile sumido en el negocio de confección de camisas, propiedad de la familia. Quizás, por lógica, desde ese instante desarrolló un gran gusto por los negocios. Satisfacción que se concretó a los pocos años, cuando instaló sus 15 talleres de casacas “Mondana” en el sector. Es un cristiano ortodoxo devoto y fiel a sus tradiciones, al igual que gran parte de los árabes que deambulan por las calles del sector. Y es que la Iglesia Ortodoxa de San Jorge, es uno de los pocos lugares de encuentro con tradición que aún quedan en el barrio. “El árabe es gritón, alegón, pero muy fiel a sus tradiciones y a sus paisanos. Me gusta la idea de que aunque la mayoría ya está vendiendo sus negocios por aquí, continúen asistiendo con frecuencia al templo”, comenta el Padre Ignacio, sacerdote de la Iglesia.

Pasada la media hora, se reincorpora y se dirige hasta su amigo Fahín. En una intrigante y extraña mezcla de árabe- español, ambos comienzan a gritar y sonreír. Tienen hambre, la tarde avanza y un plato de Shawarma no les haría mal. Entran al “Abu El Kef”, el restaurante más cercano a la iglesia. Está lleno de paisanos y amigos. Comienzan a surgir nuevamente los gritos, las risas y los saludos de mesa a mesa. Corren por el local los platos con dulce de Almíbar y hoja de parra rellena. Mientras el ruido de los servicios y de los paisanos repletan el pequeño local, Nicolás Jadue recuerda aquellos años en que todo era perfecto. Parecía que la amada Palestina se trasladaba hasta las calles de Patronato. “¡No! Con chileno siempre existió buena relación. Muchos de ellos ahora son grandes, como se dice, empresarios. Y lo bueno que tienen, es que son muy agradecidos, no son olvidadizos con quien los ayudó”, comenta Nicolás.

Pero como dicta el dicho, nada es para siempre. Y es que con el éxito obtenido por los emigrantes, se observó la llegada de coreanos y chinos deseaban correr la misma suerte. Ya para principios de los `90, el grito del árabe ofreciendo sus productos en plena calle, era reemplazado por el silencio y hermetismo del nuevo visitante. Las importaciones coreanas comenzaron a ganar terreno y la producción casera se hizo cada vez más insostenible. Los productos hechos a mano perdieron total terreno. Hoy, la mayor parte de los árabes, viven del arriendo de los locales que en algún momento fueron su punto de encuentro y trabajo.


Según explica Carlos Abuslme, Presidente de la cámara de comercio de patronato, el fenómeno coreano llegó con fuerza gracias al producto sintético, su bajo costo de producción y venta. Los productos árabes son de verdadera calidad explica, y se volvió difícil costear la mano de obra que los confeccionara. Sin embargo, comenta que pese a que ya muy pocos paisanos mantienen sus negocios, el árabe jamás se irá de Patronato. Las costumbres y raíces seguirán allí. “El paisano seguirá presente. Vendiendo, arrendando, haciendo cualquier negocio. Además si tú te fijas, la gente asocia a Patronato con nosotros. Estamos presentes siempre”, declara Carlos Abusleme.

Comienza a atardecer y con lentitud, Patronato deja de lado el bullicioso y agitado día. Jadue mira el reloj y decide irse. A sus 63 años le esperan en casa sus tres hijos y mujer. Con un efusivo abrazo y un fuerte ¡Salam! (adiós en árabe) se despide de su amigo Fahin. Con sus lentos pasos deja atrás los gritos y el olor a incienso. Él es un reflejo más, de los tantos paisanos que hoy ven aquellos años de gloria como lo que son: un bonito y lejano recuerdo. Mañana le espera otro día. Otra tarde recorriendo las calles de un barrio, que contario a otros años, sólo lo acoge para brindarle largas y amenas caminatas.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Presos de incertidumbre


Mamá de Esteban y Pablo Rojo, protagonistas de un hecho policial a principios del 2008, Jeanette se ha convertido en el epicentro de todas las miradas. Esas que la describen como celosa, mentirosa y le acusan de matar al menor de sus hijos. Una mujer que hoy arriesga cadena perpetua calificada y que pese a los cargos de parricidio y parricidio frustrado, aún no acreditados, cuenta con el apoyo y credibilidad absoluta de su familia y esposo.
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Viernes 22 de Mayo. Los pasajes que componen la villa Capilla 7 de Puente Alto vuelven a llenarse de gente, dejando atrás el descanso otorgado por el festivo 21 de mayo. Niños jugando en las estrechas calles, vecinos hablando de una puerta a otra y casas apareadas totalmente iluminadas, llenan de normalidad al entorno. Sin embargo, La casa ubicada en el Pasaje Punta Arenosa 1675, marca la diferencia. Deshabitada, oscura y foco de atracción para cualquiera que pasa, se ha convertido en el recuerdo de un doloroso suceso. El lugar que conmemora aquel 17 de enero del 2008 cuando Esteban Rojo (8) y su hermano Pablo (15), fueron protagonistas de un hecho policial, que hasta ahora, no tiene inculpados.


Jeanette Hernández (39) o la ‘Jenny’ como la apodan sus cercanos, ha debido enfrentarse en el último año a situaciones familiares que han marcado su vida. Nueve meses antes de que ocurriera la muerte del menor de sus hijos y el otro fuese encontrado inconciente en el segundo piso de la casa, Jeanette sufrió el fallecimiento de su madre. Una muerte que caló profundo en su estado de ánimo, pero que no era evidente para el resto de las personas. “Al otro día del funeral, la vimos súper calmada y normal. De hecho, altiro se puso a trabajar”, recuerda Juan Carlos Paredes, ex vecino del matrimonio.



Apegada y regalona de su padre Juan Hernández, terminó su educación en el colegio “Valle hermoso” de Peñalolén con promedio 6.0 y era destacada por su orden, correcto carácter y apego a los valores enseñados por sus padres. Costumbre que se mantuvo cuando contrajo matrimonio con su primer marido hace más de 20 años, pues nunca dejó de llamar a sus papás y optaba por pasar los fines de semana en casa de familiares junto a su pareja y su primer hijo, Cristián Santis Hernández. Al tiempo de casada, los problemas se hicieron presentes. Según comentan algunos cercanos, los celos, reproches y frecuentes peleas gatillaron en la separación.
Pero al poco tiempo Jeanette conoció al que muchos indican, como el gran amor de su vida: Pablo Rojo (41), mecánico de una empresa automotora en Quilicura y aficionado de la música. Algunos cercanos de la villa, comentan que para ella fue a amor a primera vista.

Celos, mentiras y fracaso.


Pero la que parecía una perfecta unión, en los últimos tres años comenzó a decaer. Episodios de celos, peleas y amenazas de suicidio por parte de Hernández, marcaron poco a poco el quiebre de la relación. En el 2007, sumido en su amor por la música y su pasión que lo llevó a integrar muchos grupos de folklore, Pablo Rojas conoció a Myriam Raquel Peña Duarte (33) “La gaviota de Puente Alto”, una cantante de rancheras que tenía un local cerca de la peluquería “Marcela”, lugar donde trabajaba Jeanette y que se ubica en el edificio Caracol, frente a la plaza de Puente Alto. Se llamaban a sus respectivos trabajos y se juntaban a cantar, hasta que un día Jeanette Hernández descubrió la relación. Como consta en una de las declaraciones hechas por Myriam a la Fiscalía Metropolitana Sur- en el marco de esta investigación- su relación se enmarcaba sólo en un lazo profesional, gracias al gusto que ambos tienen por la música tradicional. "Lo conocí en el caracol de Puente Alto y nos unió la cuestión musical. Fue mi primer representante y me ayudó mucho en mi carrera. Incluso mi primer CD se lo dediqué a él (…) ella nunca me reprochó nada y hasta nos acompañaba a los recitales junto a Pablito. Ella no lo perdía de visita ni a sol ni a sombra” (Myriam Peña Duarte, Enero 2009, Fiscalía Metropolitana Sur) Simultáneamente, Pablo Rojo comenzaba a sostener fuertes discusiones con Jeanette generadas por las deudas que, a causa de ella, empezaban a aparecer. En noviembre de ese año el Banco Estado notificó a los Rojo Hernández sobre el atraso en 10 dividendos de la casa que habían adquirido hace tres años en la Villa Capilla 7. Frente a la gerente de la sucursal de Puente Alto y de su esposo, Hernández desmintió los datos, pero no logró presentar los comprobantes que acreditaban sus dichos. De regreso a casa, Jeanette le contó que un desconocido la había violado y robado el dinero de los dividendos, junto con amenazarlos a todos de muerte si lo denunciaban. Pero ante la desesperación de su esposo, a los pocos días reconoció su mentira y confesó que uso el dinero para pagar las deudas que quedaron de una peluquería que montó años atrás, pero que no logró sostener en el tiempo.

Paralelo a la relación de Pablo Rojo Hernández con "La Rancherita", Jeanette comenzó a protagonizar varios episodios suicidas. Por ejemplo en octubre de 2007, mientras los niños estaban acostados, comenzó a despedirse y a pedir perdón por lo que iba a hacer. Luego, movió los muebles y amarró un cordel a la escala, pero a los minutos- al parecer- se arrepintió de la decisión.“Jeanette me dice que quiere ver la página Web de Myriam. Traté de impedirlo porque sabía que se iba a alterar. La dejé en el computador y fui a la cocina. En ese momento ella se me vino encima y me dio un golpe en la espalda. Decía que todo era mi culpa, por andar haciendo leseras con la Miriam, y que por eso pasó lo de los niños". (Pablo Rojo Hernández, Enero 2009, Fiscalía Metropolitana Sur)

El peor de sus días
El jueves 17 de enero de 2008, cerca de las 21:00 Jenny y Pablo llegaron a su hogar, encontrando a los dos niños tendidos en el suelo. Uno de ellos muerto y el otro agonizante, tras ser golpeado en la nuca. Esteban- al parecer- se encontraba viendo televisión en el living de la casa y Pablo, se hallaba jugando en el segundo piso del inmueble. El primero murió en el lugar, pero su hermano logró sobrevivir. Sin embargo, el daño neurológico fue severo, por lo que su declaración aún es clave para la resolución de este caso. La tesis que se manejaba en ese entonces era un posible robo sin embargo, las sospechas comenzaron a crecer cuando en la casa no se halló indicios de sustracción, y se encontraron los objetos de valor en perfecto estado. Desde ese momento, el caso comenzó a dar un giro y las sospechas se volcaron hacia Jeanette.
Los fiscales a cargo del caso y la policía de investigaciones, empezaron a fijarse en las constantes contradicciones de Hernández, quien cambiaba sus versiones y no lograba acreditar la rutina ejecutada ese jueves 17 de enero. Por ejemplo, el día del crimen, debía abrir la peluquería “Marcela” cerca de las 10 de la mañana y sin embargo, lo hizo las 14:20 horas (caminando, demoraba 40 minutos en llegar). Marcela Marín la increpó y se excusó aduciendo que había almorzado con sus hijos. Éste, es uno de los puntos que hasta el momento condenan a Jeanette, pues el vaciamiento gástrico de Esteban realizado por el Servicio Médico Legal (SML) mostró que no había ingerido alimento antes de morir. También, la personalidad de la mujer de Rojo sumado a los datos aportados por cercanos, se volvió en el foco de atención para los investigadores del caso. Sus constantes celos, el miedo de perder a su marido y la obsesión que demostraba por Pablo, jugaron en su contra. Hasta ahora, los fiscales del caso Pedro Sabaj y Patricio Vergara, mantienen la hipótesis de que el móvil del homicidio se respalda en una celopatía, gatillada por los rumores de la relación e infidelidad que habrían sostenido Pablo Rojo y la “Rancherita” Myriam Peña.
"En diciembre, mi padre dijo que estaba aburrido, cansado y un poco chato, me dijo que había soportado bastante y que decidió decirle a mi mamá que tenía otra mujer, para ver cómo reaccionaba (...). Antes de la navidad, pasé a ver a mi madre y me dijo que estaba mal, que mi padre tenía otra y que quería tirarse al Metro o ahorcarse" (Cristián Santis Hernández, Enero 2009, Fiscalía Metropolitana Sur).
Así, Jeanette pasó de víctima a victimaria, siendo procesada por los delitos de parricidio y parricidio frustrado, por lo que arriesgaría cadena perpetua calificada (40 años). Ya en cárcel, ha sido sometida ha distintas evaluaciones siquiátricas y sicológicas. En los informes redactados por los sicólogos de la institución policial, se describe a la mamá de los hermanos Rojo como una mujer con trastorno siquiátrico producto de celos hacia su marido. Un perfil con tendencias suicida, narcisista, facilidad para mentir y un posible cuadro de síndrome de “Medea” el cuál la habría llevado a cometer el crimen, con el propósito de llamar la atención de su marido a través del sufrimiento de sus hijos. Además, a muchos les extraña que no haya sufrido estrés postraumático después de la muerte de su hijo, cuadro común en todas las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido.

Hoy, Jenny sigue encerrada en el Centro de Orientación Femenino de San Joaquín. En aislamiento y a cargo de dos gendarmes para evitar un suicidio, se comporta de forma normal. Ve televisión, se maquilla y mantiene arreglada en lo posible. Tiene buena relación con las gendarmes, come bien y no ha mostrado ninguna emoción que permita prever algo. Su hijo mayor, único sobreviviente de la tragedia, sigue en recuperación en la casa de sus abuelos paternos. Según gente cercana a la víctima, va en franca recuperación, por lo que en cualquier momento podría entregar información clave para esclarecer este estremecedor y enigmático caso. Ese que aún tiene a Jeannette tras las rejas, y que la convirtió en la protagonista de uno de los hechos policiales que han marcado nuestra historia.