viernes, 30 de octubre de 2009

Cuestión de honor


Reemplazan las pelotas de fútbol por elaboradas mallas y los videojuegos por delicadas zapatillas de ballet. Aman la danza y sacrifican estudio, amistades y familia para practicarla. Sin embargo, a temprana edad, cargan con el peso del estigma social. Aquél que sin motivos los encasilla y califica de afeminados. Niños como Rodrigo Catalán, que contra viento y marea se preparan a diario en la Escuela de Ballet del Teatro Municipal, para demostrar que el baile clásico no es sólo asunto de niñas.
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En la sala de clases parece que el tiempo se detuviera. Son pasadas las cinco de la tarde y en las afueras de calle Moneda el ajetreo santiaguino no para, sin embargo, las altas ventanas del salón cubiertas por oscuras cortinas aíslan a cualquiera de la fría rutina otoñal. Mientras el tic tac del viejo reloj en la muralla marca los minutos, los ocho alumnos de la sección pre- primaria comienzan a elongar sus finas y musculosas piernas. Nadie habla, ninguno comenta nada con alguien. Como inmersos en su propio mundo, cada niño se preocupa de sí mismo. Con la mirada paralizada en el reloj esperan ansiosos la llegada de alguien mientras sentado en un rincón, Rodrigo (12) se distrae haciendo muecas en el extenso espejo de la habitación. De pronto el silencio se ve interrumpido por dos fuertes y breves aplausos.

– ¡De pie señores!– grita Macarena Montecinos, maestra y ex integrante de la Escuela. El agotador ensayo de dos horas comenzó. “Fermé, paralelo y sostengo” indica suavemente Macarena, mientras las angostas caderas y finos pies de los bailarines se mueven al compás del antiguo piano apostado en la esquina. A medida que el pianista saca velozmente una decena de partituras de su carpeta, la sala se funde en ejercicios, melodías e indicaciones de baile en perfecto francés. Los delicados saltos de Rodrigo rebotan como una pluma en el suelo. Sus finos pies casi no rozan la fría madera. La noche cae y adentro el baile se encarga de obviar cualquier realidad.
.Atípica elección.·
Bailar en Chile es una odisea. Son pocos los que se atreven a luchar contra los años de intensa preparación y sacrificio. En nuestro país es proeza de unos pocos. La carrera de un bailarín clásico comienza a los diez años y recién pasado los veinte, se puede acceder a las audiciones para pertenecer al Ballet principal. El camino para lograrlo es complicado. Muchos no soportan las estrictas condiciones de la profesión. Sin embargo, quienes deciden dedicar su vida al arte de la danza pueden aspirar a sueldos superiores a los 500 mil. Si se consigue el preciado puesto de primer bailarín la tarifa sube a los 900 mil, llegando en ocasiones a un millón 300. La suma es tentativa, pero quienes la reciben son aquellos que llevan años de oficio y un currículum de importantes presentaciones que los respaldan. El costo económico también es alto. Por ejemplo, cada zapatilla de punta puede costar desde 5.600 pesos hasta 26 mil, dependiendo de la calidad del material y su origen de fabricación. El peso y la apariencia física, entre otras cosas, es algo que no se tranza. Los hombres no deben exceder los 65 kilos y las mujeres, ojalá, los 55. Las reglas son claras y quien no cumpla lo estipulado es rechazado. Cuerpos con más peso de lo requerido, con pie plano, caderas torcidas, no sirven.
.Los niños juegan, no bailan.·
– Mi papá me decía que me dedicara a jugar fútbol y no a cosas de niñita – recuerda Rodrigo, mientras arregla la punta desgastada de su zapatilla – y yo me ponía a llorar. Pero bueno, es lo que me gusta. Más tonta es la gente que cree cosas que no son.
Rodrigo cursa séptimo básico, en el colegio Tantauco de El Bosque. Comenta que en un principio sintió el rechazo de sus compañeros, especialmente cuando no se sumaba a las típicas pichangas de recreo. Pero con el tiempo, se dedicó a demostrarles que era igual de hombrecito que ellos y que el bailar no lo hacía distinto. Sabe que hay muchos casos de homosexualidad en el rubro y que los prejuicios sobre la figura del bailarín abundan. Sin embargo los asume con naturalidad.
Hoy, centra sus fuerzas en mantener su promedio de notas en el colegio y responder en la Escuela. Quiere seguir allí y transformarse algún día quizás, en el primer bailarín del Teatro Municipal. Condiciones y ganas tiene. Pero el camino para llegar a lograrlo es bastante largo.
Mientras su madre aguarda afuera, Rodrigo retoma las instrucciones de la maestra. Su cabellera rubia se pierde entre sus morenos compañeros. De vez en cuando se mira coquetamente al espejo y arregla con cuidado la ajustada camiseta blanca. Sus ojos verdes observan con cuidado lo explicado, mientras de reojo vuelve a mirarse en el espejo. “Bob esponja, ¡ya pué, deje de mirarse! Parece que le voy a tener que regalar un espejo particular”, le grita desde el fondo la profesora. Entre risotadas sus compañeros lo miran pero a los pocos segundos, como hipnotizados, dirigen sus miradas hacia la joven, esbelta y morena mujer que tienen enfrente.
Rodrigo, con las mejillas a punto de explotar con lo coloradas que están, toma posición. Se afirma de la barra y comienza a estirar delicadamente sus pies, mientras su mano derecha dibuja abstractas figuras en el aire.
“¡Maestro por favor!”, ordena Macarena. De inmediato desde el viejo piano comienzan a salir delicadas notas de la obra El lago de los cisnes, de Tchaikovsky. Los minutos pasan lentos y en las afueras, el frenético ritmo continúa. Rodrigo- concentrado- comienza a marcar pasos al ritmo del teclado mientras su madre, lo espera sentada en la vieja banca del corredor principal.